Antes de salir el sol, cuando las calles de Progreso se encuentran vacías, antes de que los trabajadores salgan de sus casas y las señoras lleven a sus niños a las escuelas, existe un lugar que desde temprano comienza a tomar vida: el mercado municipal. A las cinco de la mañana los guardias ya abrieron sus puertas de par en par para los comerciantes que comenzarán a preparar sus productos. Las cortinas de los puestos se levantan para abrir los negocios; éstas son las primeras notas que escuchamos del mercado seguido por el sonido de los extractores de las juguerías, el rechinar de las tijeras y máquinas de las carnicerías, el arrastrar de mesas y cajas de las fruterías para exponer la mercancía, el crujir de las carnes y pescados al fuego , las ruedas de los carrillos que caminan dificultosamente por el peso de la mercancía que se descargan de los camiones provenientes de Panabá, Oxcutzcab o de la Casa del Pueblo.
A esa hora para animarse, suena la melodía “Yo la conocí en un taxi” a todo lo que da por parte de los carniceros que canturrean en grupo; hasta que con la salida del sol y el abrir de los otros negocios se escuche poco a poco, una verdadera amalgama de música y sonidos: salsas, cumbias, hip-hop religioso, hasta música religiosa por muy difícil de creer que sea.
Los sonidos, colores y olores son característicos del mercado. Los colores cálidos de las frutas que retoman las mestizas en los bordados a mano de sus hipiles, los olores de las frutas y las flores.
En los pasillos vemos a “Beto”, “Torero” o “Barbitas” (ayudantes del mercado) corretear con las carretillas acarreando ya sea especias para don Aquiles, frutas para don Polo o naranjas para “Cheloco”.
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