domingo, 25 de enero de 2015

LA VIDA DIARIA DEL MERCADO DE PROGRESO

Antes de salir el sol, cuando las calles de Progreso se encuentran vacías, antes de que los trabajadores salgan de sus casas y las señoras lleven a sus niños a las escuelas, existe un lugar que desde temprano comienza a tomar vida: el mercado municipal.
A las cinco de la mañana los guardias ya abrieron sus puertas de par en par para los comerciantes que comenzarán a preparar sus productos. Las cortinas de los puestos se levantan para abrir los negocios; éstas son las primeras notas que escuchamos del mercado seguido por el sonido de los extractores de las juguerías, el rechinar de las tijeras y máquinas de las carnicerías, el arrastrar de mesas y cajas de las fruterías para exponer la mercancía, el crujir de las carnes y pescados al fuego , las ruedas de los carrillos que caminan dificultosamente por el peso de la mercancía que se descargan de los camiones provenientes de Panabá, Oxcutzcab o de la Casa del Pueblo.
A esa hora para animarse, suena la melodía “Yo la conocí en un taxi” a todo lo que da por parte de los carniceros que canturrean en grupo; hasta que con la salida del sol y el abrir de los otros negocios se escuche poco a poco, una verdadera amalgama de música y sonidos: salsas, cumbias, hip-hop religioso, hasta música religiosa por muy difícil de creer que sea.
Los sonidos, colores y olores son característicos del mercado. Los colores cálidos de las frutas que retoman las mestizas en los bordados a mano de sus hipiles, los olores de las frutas y las flores.
En los pasillos vemos a “Beto”, “Torero” o “Barbitas” (ayudantes del mercado) corretear con las carretillas acarreando ya sea especias para don Aquiles, frutas para don Polo o naranjas para “Cheloco”.

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