domingo, 9 de octubre de 2011

ADORNAN SUS CASAS AL ESTILO HALLOWEEN

Muchas veces se ha escuchado decir que los mexicanos somos tan fiesteros y alegres, que hasta la misma muerte nos causa risa, bueno por lo menos eso pasa una vez al año, en Día de Fieles Difuntos.
Los seres humanos siempre han tenido un respeto especial hacia la muerte porque casi todas las culturas y religiones creen en la vida después de la muerte, en la reencarnación, y en un espíritu que representa a cada persona que fallece, pero sin duda, es en nuestro país en donde la celebración se convierte en una de las principales conmemoraciones del año y en donde las tradiciones de miles de años continúan vivas. En las culturas prehispánicas, creían que una vez al año, los dioses permitían a los muertos visitar a sus familiares vivos, y que había de esperarlos con todo un festejo. Además, observaron que en el lugar en donde enterraban a los muertos y colocaban ofrendas, la tierra era más fértil, por lo que estaban seguros que la madre tierra les agradecía la ofrenda, con mejores cosechas. Durante la época de la Colonia, los frailes españoles, quisieron prohibir las celebraciones de los indígenas, pero como no pudieron, decidieron unir las ideas y así la ofrenda se convirtió en lo que hoy se llama altar, en donde se colocaba también la imagen de algún santo católico. Esto agradó mucho a la gente, que no quería abandonar sus costumbres y fiestas y por eso ahora la fiesta del día de muertos es una mezcla de ritos religiosos, con cultos y mitos paganos de nuestros antepasados. Gracias a esto, el 2 de noviembre, la parca, calaca o huesuda, como se le conoce a la muerte, festejan su día y son las protagonistas de las procesiones, comidas y misas, en las que se combinan la alegría, el llanto y las leyendas. Aunque cada región tiene su forma especial de festejar, existen elementos que son comunes en todo el país, como: la visita al panteón, el altar u ofrenda para el difunto, las calaveritas de azúcar, el papel picado para decorar, el pan de muerto, los tamales y la flor mexicana llamada cempatxóchitl. Entre la comida no faltan los tamales, el mole, el arroz a la mexicana, el pipián, las tortillas, el pan de muerto, dulces, frutas, vegetales, cigarrillos, bebidas como aguardiente o pulque y café endulzado con piloncillo. Si el difunto era niño, le llevan juguetes de madera especiales de la época, alfeñiques (pasta de azúcar) y dulces. Muchas velas son encendidas para alumbrar el camino de las almas, mientras que las campanas de las iglesias tañen tristemente, anunciando su llegada, al mismo tiempo que un fuerte olor a incienso, flores y comida inunda el ambiente sepulcral. El festejo dura de dos a tres días, en la madrugada del día 1 llegan las almas de los “muertos chiquitos”, o sea los niños y niñas, y en la madrugada del día 2 se recibe a los muertos adultos quienes a las 12 del día y al compás de 12 campanadas se retiran a su morada perpetua. La fiesta termina el 3 de noviembre, cuando los muertos se han llevado la “esencia” de los alimentos. Se recogen los altares, se comparte la comida sobrante y se intercambian los adornos con los vecinos y familiares. Muchas otras familias se divierten y se unen a la fiesta adornando sus casas y comercios al estilo “halloween”, donde los miembros de la familia de varias casas adornadas esperan la visita de numerosos niños y uno que otro adulto curioso que sale “volando” asustado al ver que se le aparecen y les guiñan el ojo seres horrorosos como “El Chucky” o “El Michael Jackson de Thriller”.

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