En tiempos pasados, los ritmos de las máquinas, el látigo del capataz, la voracidad capitalista, impusieron sobre los primeros trabajadores industriales jornadas laborales sin límites. El capitalismo progresaba sobre el trabajo de miles de obreros que dejaban sus vidas, cada día un poco, en las fábricas. Hombres y mujeres trabajaban de sol a sol, sin más descanso que el que previera la voluntad del patrón, a cambio de salarios que les permitían tan solo recuperar fuerzas para volver a trabajar al día siguiente.
“La Asociación Internacional de los Trabajadores definió como reivindicación central la jornada laboral de ocho horas, a partir del Congreso de Ginebra en agosto de 1866. El III Congreso de la Internacional en Bruselas de septiembre de 1868 se pronunciará unánimemente en favor de la disminución legal de las horas de trabajo.
Sin embargo, en varias partes del país, principalmente en nuestro estado, aún hay empleos en donde el patrón hace trabajar al empleado por diez o hasta doce horas, sin ningún tipo de prestaciones y eso lo permite la Ley de Trabajo.
José S. indicó que en el puerto hay varios ejemplos de empleos cuyas jornadas rebasan las ocho horas permitidas y entre ellos se encuentran desde guardias de seguridad o vigilancia, veladores, entre otros.
“Tenemos el ejemplo de los dueños de tráileres y camiones de carga que emplean a personas para que laboren en turnos de hasta 12 horas y no les dan las mínimas prestaciones, ni seguro social, ni días de descanso, ni vacaciones ni tampoco aguinaldos. En algunos lugares el trabajador no cuenta ni con luz eléctrica por las noches si se trata de velador ni tampoco con un sanitario”, denunció.
De esta manera, tal parece que los derechos laborales de los trabajadores, con el paso de los años, han retrocedido, en lugar de haber avanzado.
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