miércoles, 31 de octubre de 2018

LA MUERTE NOS INVITA AL ENCUENTRO CON DIOS

Con el inicio de noviembre comienzan una serie de celebraciones profundamente arraigadas a nuestra cultura; el hanal pixán y los Fieles Difuntos, expresó el Pbro. Francisco Mukul Domínguez, párroco de la iglesia de la Purísima Concepción y San José.
Son días en los que nuestras mayas se hacen presentes en todos los ambientes, se hacen altares en las escuelas, casas, oficinas, etc., se preparan los tradicionales pibes, se visita el cementerio para rezar y dejar alguna ofrenda floral e, incluso, encontramos algunos elementos relacionados con nuestra fe y religión: la cruz verde, signo de la vida; las imágenes de los santos en el altar, los rezos por el eterno descanso, etc., reuniendo a la familia para recordar a nuestros seres queridos, niños o adultos, que han partido a la casa del Padre Celestial.
Así, nuestra conmemoración de nuestros difuntos se ha de transformar en la fiesta de la vida, porque para los que tenemos fe, nuestro Dios “no es un Dios de muertos sino de vivos” (ef. Mc.12.27) Todos nosotros que confiamos en las palabras de Jesucristo; “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera vivirá” y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto? (cf. Jn. 11,25,26) a pesar de lo triste y difícil que puede resultar la “separación” de nuestros seres queridos, la fe y la esperanza nos impulsan y animan a fijar los ojos en la vida eterna, en la vida con Dios.
Así, la muerte física no es más que un evento por el que nunca estamos preparados, que no podemos evitar y ante el que nunca estamos preparados, pero que nos abre las puertas a la vida definitiva, al encuentro cara a cara con nuestro Dios.
En un mundo tan lleno de signos de muerte, el individualismo que nos cierra a los demás y nos hace egoístas, la lucha abierta contra la vida como la eutanasia y el aborto, la violencia, las guerras, los diferentes vicios que dañan la salud y la vida misma….tantos espacios donde se constata la ausencia de Dios, que provoca tristeza, desolación y muerte es necesario que nosotros defendamos la Vida, y al mismo tiempo testimoniemos a Dios, al Dios de la Vida, que da Vida, que la remueva, sana, fortalecer y que nos conduce a la verdadera felicidad, una felicidad que se prolonga en la eternidad.

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