Este Viernes Santo considerado uno de los días más significativos de la Semana Mayor, millones de cristianos celebran la pasión y muerte de Jesús en la cruz.
En el puerto de Progreso unos 5 mil feligreses se reunieron en el Campo deportivo Miguel Hidalgo y Costilla a las 15:00 horas para la celebración de las llamadas 7 palabras.
Bajo un ardiente sol con temperatura de 35 grados centígrados a la sombra, los integrantes de las 25 zonas parroquiales, recorrieron su Viacrucis hasta el campo deportivo donde se llevó a cabo la celebración.
La lectura de las 7 palabras estuvo a cargo del párroco de este puerto, Pbro. Lorenzo A. Mex Jiménez y dos ministros católicos quienes iniciaron con las palabras “Cristo destruyó el odio y nos reconcilió por medio de la cruz” (Ef.2,16), primera palabra, “padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Luc.23,34)
Jesús en la Cruz se ve envuelto en un mar de insultos, de burlas y de blasfemias. Lo hacen los que pasan por el camino, los jefes de los judíos, los dos malhechores que han sido crucificados con El, y también los soldados. Se burlan de Él diciendo: “Si eres hijo de Dios, baja de la Cruz y creeremos en ti” (Mt .27,42). “Ha puesto su confianza en Dios, que Él lo libre ahora” (Mt.27,43).
Segunda palabra, “Te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el paraíso” (lc.23, 43), sobre la colina del calvario había otras dos cruces. El evangelio dice que, junto a Jesús, fueron crucificados dos malhechores. (Luc. 23,32). La sangre de los tres formaban un mismo charco, pero, como dice San Agustín, aunque para los tres la pena era la misma, sin embargo, cada uno moría por una causa distinta.
Uno de los malhechores blasfemaba diciendo, no eres tú el cristo sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros!, (lc. 23,39).
Había oído a quienes insultaban a Jesús, había podido leer incluso el título que habían escrito sobre la cruz, “Jesús Nazareno, rey de los judíos”, era un hombre desesperado, que gritaba de rabia contra todo.
Tercera palabra, “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, “ahí tienes a tu madre”, (Jn. i9, 26), De pie, junto a la Cruz estaba también María, su Madre. La presencia de María junto a la Cruz fue para Jesús un motivo de alivio, pero también de dolor. Tuvo que ser un consuelo el verse acompañado por Ella. Pero, a la vez, esta presencia de María tuvo que producirle un enorme dolor, al ver el Hijo los sufrimientos que su muerte en la cruz estaba ocasionando a su Madre, era la presencia de una mujer, ya viuda desde hacía años, según lo hace pensar todo, que por si fuera poco, iba a perder a su único Hijo, Jesús y María vivieron en la Cruz el mismo drama de muchas familias, de tantas madres e hijos, reunidos a la hora de la muerte. Después de largos períodos de separación, por razones de trabajo, de enfermedad, o por azares de la vida, se encuentran de nuevo en la muerte de uno de ellos.
Cuarta palabra, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado” (Mt.27,46), son casi las tres de la tarde en el Calvario y Jesús está haciendo los últimos esfuerzos por hacer llegar un poco de aire a sus pulmones. Sus ojos están borrosos de sangre y sudor. Y en este momento, incorporándose, como puede, grita: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. No había gritado en el huerto de los Olivos, cuando sus venas reventaron por la tensión que vivía. No había gritado en la flagelación, ni cuando le colocaron la corona de espinas. Ni siquiera lo había hecho en el momento en que le clavaron a la Cruz. Jesús grita ahora. Jesús, el Hijo único, aquel a quien el Padre en el Jordán y en el Tabor había llamado: “Mi Hijo único”, “Mi Predilecto”, “Mi amado”, Jesús en la Cruz se siente abandonado de su Padre.
Por qué Jesús dirigiéndose a su Padre, no le llama “Padre”, como siempre lo había hecho, sino que le pregunta, como un niño impotente, que por qué le había abandonado, por qué Jesús se siente abandonado de su Padre.
Quinta Palabra, “Tengo sed” (Jn.19,28), uno de los más terribles tormentos de los crucificados era la sed. La deshidratación que sufrían, debido a la pérdida de sangre, era un tormento durísimo. Y Jesús, por lo que sabemos, no había bebido desde la tarde anterior. No es extraño que tuviera sed; lo extraño es que lo dijera.
La sed que experimentó Jesús en la Cruz fue una sed física. Expresó en aquel momento estar necesitado de algo tan elemental como es el agua. Y pidió, “por favor”, un poco de agua, como hace cualquier enfermo o moribundo, como lo hacen actualmente millones de hombres y mujeres en el mundo que carecen de agua y que tienen que caminar kilómetros y kilómetros para poder abastecerse del vital líquido. La sequía que ha afectado a regiones enteras, principalmente en los países del tercer mundo, hace más dramática la escasez del agua para consumo humano y para la ganadería y la agricultura.
Sexta palabra, “todo está cumplido” (Jn. 19, 30) Todo tiene sentido: Jesús por amor nos da su vida. Jesús cumplió con la voluntad de su Padre. Su misión terminaría con su muerte. El plan estaba realizado. Nuestro plan no está aún terminado, porque todavía no hemos salvado nuestras almas. Todo lo que hagamos debe estar orientado a este fin. El sufrimiento, los tropiezos de la vida nos recuerdan que la felicidad completa solo la podremos alcanzar en Dios. Aprendemos a morir muriendo a nosotros mismos, a nuestro orgullo, nuestra envidia, nuestra pereza, miles de veces cada día.
Estas fueron las últimas palabras pronunciadas por Jesús en la Cruz. Estas palabras no son las de un hombre acabado, y derrotado. No son las palabras de quien tenía ganas de llegar al final y se quedó a medio camino. Son el grito triunfante del vencedor. Estas palabras manifiestan la conciencia de haber cumplido hasta el final la obra para la que fue enviado al mundo: dar vida con su sufrimiento y su muerte. Jesús ha cumplido todo lo que debía hacer. Vino a la tierra para cumplir la voluntad de su Padre. Y la ha realizado hasta el fondo.
Séptima palabra, “Padre, en tus manos pongo mi espíritu (Luc. 23,46) el que había gritado: “Por qué me has abandonado”, no tiene miedo en absoluto a la muerte, porque sabe que le espera el amor infinito de Su Padre. Durante tres años se lanzó por los caminos y por las sinagogas, por las ciudades y por las montañas, para gritar y proclamar que Dios es Padre de todos.
El hecho de que actualmente tenga más de siete mil millones de hijos en el mundo, eso no impide que a cada uno de nosotros nos apapache y nos cuide a cada uno como a un hijo único. Y si es cierto que es un Padre Todopoderoso, también es cierto que lo es todo cariñoso. Y en las mismas manos que sostiene el mundo y al universo entero, en esas mismas manos lleva escrito nuestro nombre, mi nombre, tu nombre. Y, a veces, cuando la gente dice: “Yo estoy solo en el mundo”, “a mi nadie me quiere”, El, el padre del Cielo, responde: “No. Eso no es cierto. Yo siempre estoy contigo”.
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